El otro día, paseando por la calle, se acercó un chico de Senegal, nos dijo, para vendernos unas pulseras. Le dimos las gracias y dijimos que no queríamos ninguna. Nos preguntó por una bolsa de tela que llevábamos y empezamos a hablar. Hablamos un trecho mientras bajábamos por la calle. Nos dijo que tenía papeles pero que ahora no tenía trabajo aunque estaba convencido de que poco a poco la situación iría mejorando. Ahora intentaba sacarse algo de dinero con pulseras pero estaba difícil la venta. Continuamos charlando un poco y preguntando por Senegal. Al final de la calle nos despedimos porque cada uno iba hacia un lado y cuando nos íbamos nos dijo: “tomad” y nos dio dos pulseras. Le dijimos que no, que no hacía falta. Nos respondió que no todo el mundo se interesaba por él y por su país y que estaba muy agradecido. Nos lo daba de corazón. Me emocionó el gesto de este chico, ya que tenía poco materialmente y aún así dio nos dio mucho sin pedir nada a cambio.

¡Cómo nos cuesta “dar algo de corazón”, sin esperar contrapartida, sin necesitar que el otro haga o de algo ahora o más adelante. En este mundo en que vivimos parece ser que para todo tiene que haber un pago, un toma y un da donde los regalos siempre vienen con segundas. Cuando entramos en este juego frecuentemente acabamos sintiéndonos deudores, culpables, ingratos o inseguros. En este sistema basado en la contrapartida, parece que es de tontos, dar algo porque sí, porque se quiere compartir, se está agradecido o porque a uno le nace.

Cuando habitualmente vivimos en lugares donde las relaciones se lían y se enredan con las transacciones, pagos y regalos encontrar a alguien que nos da algo de corazón es toda una suerte, nos permite entender que es posible ser generoso, altruista y tener el corazón abierto porque hemos experimentado el impacto que esto tiene en nosotros. Podemos entender que relacionarnos de otra manera también es posible y abre la posibilidad a que también podamos hacerlo en un futuro.