Durante este tiempo de parón estamos asistiendo a situaciones sin precedentes: nuevos paisajes urbanos, donde la rutina y la cotidianeidad dan paso a lo insólito; otros paisajes sonoros cuando el ruido de una gran ciudad se convierte en el silencio de un pueblo abandonado; diferentes maneras de acercarnos al otro, en el que la afabilidad y el contacto físico se convierten en timidez y en reparo, y allá en el fondo, en un anhelo de mayor intensidad.

Todos estos lugares comunes por donde ahora transitamos de un modo diferente no son más que pequeñas muestras del reset colectivo que estamos experimentando. Si antes sólo íbamos por el mismo camino mental en el que todo estaba en su sitio, no había nada raro ni ajeno a lo normal, al pararnos, de repente, han surgido nuevas posibilidades para la realidad. Situaciones que anteriormente hubiéramos designado como de película, ahora son parte de nuestro día a día. Y estas nuevas experiencias, también nos crean nuevas certezas sobre aquello que es posible para nosotros y para la sociedad en la que vivimos.

Así, nuestra vida, que de algún modo era tan previsible, tan estanca, tan fija e inmutable, se ha convertido en un espacio-lugar nuevo donde surgen otras probabilidades. De repente, descubrimos que disponemos de un diferente tablero de juego. Y nos tenemos que reubicar, volver a renegociar con nuestros sueños, decidir con qué nos quedamos y de qué nos desprendemos. Es una nueva oportunidad para crear una realidad diferente, quizás para algunos esto solo implique el cambio de pequeños matices, pero puede que para muchos sean grandes, suficientes para poder crear una revolución interna, un reset individual y, por ende, colectivo.