Paradójicamente, en estos tiempos de abundancia cuando nuestras necesidades de comida y techo están cubiertas, es cuando vivimos con una mayor sensación de escasez. Sobre todo de amor, conexión, pertenencia, raíces, confianza, eternidad… En nuestro primer mundo todavía se nos activa el cerebro reptiliano como nunca, con su instinto de supervivencia, haciendo que veamos al otro como como una amenaza, necesitando luchar contra él por los recursos, separándonos de personas y dejándonos vivir con una sensación de desconexión y aislamiento constante.

Vivir la abundancia desde lo que hay es una opción de vida. Tenemos todo lo que necesitamos. Somos todo lo que necesitamos para vivir una vida plena aquí y ahora. Buscamos más allá, pedimos más, mucho más cuando lo esencial, lo necesario, se encuentra dentro de nosotros mismos, tan cerca que lo podemos respirar. Ser lo que somos y amarlo es todo un aprendizaje de vida. Tener lo que tenemos y apreciarlo es un acto de humildad y de tocar la realidad, poner los pies en la tierra. Descubrirnos para quitarnos las capas de miedo, ira, dolor y tristeza y reconocer nuestra abundancia puede llevarnos toda una vida. Pero sólo así podremos conectarnos con los demás desde nuestra verdad. Sólo así podremos contactar con el otro desde lo que está disponible, desde lo que hay, no desde lo que debe ser, lo que quiero que sea, lo que exijo que sea. Desnudarnos y hacernos reales. Descubrirnos abundantes, suficientes y necesarios.