Saber cómo llevar bien una relación joven-adulto no es sencillo.
A muchos adultos de pequeños nos han enseñado que el respeto a los mayores implicaba callar y escuchar pero la verdad es que los valores son diferentes hoy en día. La gente joven en la actualidad quiere respetar a los adultos pero tienen muy claros sus derechos, y si tienen que decir en qué no están de acuerdo, lo dicen. Y también, a veces se pasan.
Así que ahí se reinventa la dinámica joven-adulto, donde unos intentan mantener su autoestima, otros el orden, unos que no les pisen, otros intentando mantener una estructura con la que funcionar. Es un juego de equilibrios en el que si los adultos intentamos mantener posiciones rígidas acabamos perdiendo.
Los conflictos se producen cuando crecen los jóvenes e intentan encontrar un nuevo lugar dentro del entorno familiar. Un lugar de adulto, no de niño. Y por ello reaccionan ante el modo en que lo tratan sus padres, especialmente si continúan tratándolo/cuidándolo como un/a menor.
Si a esto le añadimos la búsqueda de la identidad sexual, la cosa se complica. Porque claro, mientras madres y padres continuamos con esquemas mentales del siglo pasado ellos, ellas o elles nos plantean otro tablero de juego, así que además de gestionar un nuevo adulto en la familia, hay que integrar nuevos supuestos.
A todo ello a los adultos no nos puede pasar nada mejor que tener una persona joven en casa. Con los jóvenes entrenamos nuestra flexibilidad mental, de creencias y de manera de vivir. Y los jóvenes van entendiendo los límites de sus vivencias, aprenden a negociar y sobre todo, con un poco de suerte, a plantear asertivamente lo que van necesitando, que ya es mucho, un aprendizaje que les vendrá más que bien en la vida.
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