Existe una tendencia en nuestra cultura a no reconocer nuestros éxitos. Cuando alguien nos felicita por algo que hemos hecho bien solemos quitarle importancia: “es una tontería”, “solo he hecho mi trabajo”, “realmente ha sido muy fácil” aunque hayamos puesto mucho esfuerzo y dedicación.
Cuando no aceptamos los cumplidos o las felicitaciones de alguna manera estamos evitando que hagan “poso”, que queden dentro de nosotr@s como un conocimiento cierto de que lo que hicimos funcionó bien, que sabemos hacer bien las cosas. En el fondo, preferimos utilizar una “falsa” humildad para quedar bien ante los demás.
Si no equilibramos nuestro modo de considerar nuestras acciones públicamente y solo reconocemos lo que no ha funcionado nos quedamos con un sentimiento de carencia, a pesar de que el reconocimiento sí que está, la cuestión es que no lo cogemos.
Utilizar la “falsa” humildad es dar importancia a lo que lleguen a pensar los demás, de evitar que crean que somos arrogantes por reconocer que hay cosas que hacemos bien. Cuando reconocemos que podemos acertar en el modo en que realizamos algo simplemente constatamos una realidad y no quiere decir que nos sentamos superiores a otros, estamos simplemente dándonos el lugar que nos merecemos.
Foto @Bart Ros