¿No os pasa que en algunas situaciones asumimos que los demás no tienen buenas intenciones para con nosotros? Esto ocurre cuando no obtenemos la respuesta que queríamos o cuando los demás realizan una acción que no nos va bien. Por ejemplo, si nuestra pareja llega tarde se nos activa el “chip” de que nos está engañando, cuando/a un amigo/a no nos quiere hacer un favor pensamos que seguramente sea por venganza, o si no nos renuevan un contrato es porque compañeros han hablado mal de nosotros.
Este “pensar mal” suele venir provocado por decepciones anteriores y ahonda en nuestra herida de sentirnos agredidos por el mundo. La actitud que deviene es la desesperanza en las relaciones, la imposibilidad de cambio y el día a día sometido a una tensión constante.
Con esta manera de pensar tenemos que estar permanentemente atentos y vivir puestos a la defensiva ya que no hacemos más que esperar cuándo va a venir el próximo golpe, así que nos cuesta mucho confiar en los demás, sean compañeros de trabajo, de estudio, amigos o parejas.
El «pensar mal» o las «malas intenciones que tienen los demás» nos aleja de poder tejer relaciones sanas ya que nos lleva al control y sospecha permanente, y también nos obliga a ejercer una gran presión sobre los que conviven con nosotros. Es necesario que revisemos nuestras convicciones sobre cómo y porqué actúan los demás. Posiblemente en la mayor parte de los casos hay muchas otras razones que impulsan a las personas a comportarse como lo hacen y no tiene nada que ver con lo que pensamos. Posiblemente si preguntamos un poco más, sin asumir nada prematuramente, podamos tener una visión más completa de las situaciones.