En cualquier momento podemos decidir recobrar nuestro poder personal. A lo largo de nuestra existencia nuestro poder e integridad puede irse fragmentando y abandonarnos poco a poco sin darnos cuenta, sobre todo cuando hemos tomado decisiones con las que no estábamos de acuerdo, y también cuando callamos y no actuamos. Si decidimos recobrar nuestra autoridad nos compremetemos a ir recogiendo los trozos que hemos dejado por el camino. A veces implica agacharnos porque lo que buscamos se encuentra metido entre nuestros miedos, otras veces tenemos que hacer bajar nuestras ideaciones, ya que se pueden encontrar tan separadas de nosotros que no tienen contacto alguno con la realidad.
Todos estos pedazos de poder propio son partes nuestras que quedaron separadas porque las ofrecimos, no pudimos retenerlas o simplemente se quedaron abandonadas. Así, fragmentados vamos caminando como pequeños puzles incompletos, con incomodidad y desazón, mientras vamos poniendo parches a nuestra desposesión: exigimos el reconocimiento de los demás, nos frustramos por no obtener el cariño de otros, nos maltratamos y minamos nuestra autoestima.
Recobrar nuestro poder implica reconocer esas partes carentes, los silencios, las malas decisiones y entender cómo nuestro poder fue perdiendo fuerza, observar el vacío que deja. También necesitamos admitir que tenemos un gran anhelo y añoranza de sentirnos enteros, seguros y de nuevo poderosos. La búsqueda y reintegración de estas partes no es fácil, ya que van asociadas al dolor y a las pérdidas, a lo que no pudo ser, pero cuando lo logramos, la sensación de totalidad y de dominio personal nos permite ir más enteros por la vida, más solidificados, con más presencia, para poder soportar los envites y retos que nos trae el día a día.