Hay un dicho que me gusta mucho que dice que “La sencillez es la complejidad resuelta”. Y es cierto que hoy en día nuestra vida es compleja, es un constante trajín y esfuerzo, una lucha diaria para poder estar tranquilos o ser felices.

La sencillez es una virtud que no cultiva nuestra sociedad, a pesar de que cada vez se va haciendo más necesaria. Implica desprendernos de una imagen idealizada sobre cómo debería ser nuestra vida, lo que nos merecemos, y esto es difícil porque nos gustar hipnotizarnos con fantasías sobre el éxito. Es más fácil buscar afuera que quedarnos y para pasar a recoger y disfrutar de lo que hay. La clave de la sencillez es ésta: recoger lo que sí hay y apreciarlo.

El retorno a la sencillez es eliminar lo superfluo en nuestros pensamientos, lo que es redundante en el modo de funcionar diario, implica abandonar lugares donde no se nos quiere o no nos convienen. La sencillez es volver al núcleo, a lo básico, a lo auténtico, a los fundamentos de la existencia. Es volver al sonido de la lluvia, a disfrutar de un libro, al tener tiempo para disfrutar del paso del tiempo o el abrazo de los amigos. Y esto que parece fácil es a la vez muy difícil para muchos.

La sencillez es escoger aquello que nos hace únicos y valorarlo, es eliminar todo lo que nos hemos impuesto, las exigencias de la sociedad, por el marco de vida en que nos encontramos y entender que lo que hay es suficiente y abundante. Sencillez es apreciar el progreso de la vida que observamos y acompañamos, entender que los recorridos de los demás son independientes de los nuestros, pero aún así forman parte de una misma trama. Sencillez es vivir en el día a día, dando gracias por un día nuevo, por poder estar aquí ahora.