Hay personas que nos ponen de los nervios, hay expresiones y modos de funcionar que nos sacan de nuestras casillas y no podemos evitar reaccionar impulsivamente, atacando y desvalorizando lo que hacen o dicen. Este tipo de reacción es habitual cuando se tocan heridas emocionales o traumas antiguos. Al responder desde el dolor, enlazamos con la emoción que se encuentra allí ubicada, sea tristeza, rabia o abandono. Posiblemente las personas que tenemos delante no tengan nada que ver con estas heridas puesto que las crearon otras en el pasado, pero al encontrarnos en situaciones parecidas o con individuos que actúan similarmente, solemos revivirlas.

Todos mantenemos heridas, más o menos profundas, el hecho de vivir implica esto básicamente, que suframos y ejerzamos rasguños y lesiones emocionales a los otros. Se suelen producir porque no vamos con cuidado con los demás, ni los vemos ni nos ven e inconscientemente nuestro modo de actuar y pensar va dejando mella en el otro. Cuando somos niñ@s somos más sensibles a los impactos emocionales de habernos sentido sol@s, no poder expresar cómo nos sentimos o haber sufrido situaciones estresantes…  A veces lo impactos no son grandes, pero sí repetitivos y van dejando una huella interna que se activa de nuevo cuando somos adultos.

Reconocer nuestras heridas, entender que son nuestras, no del que tenemos enfrente y aprender a curarlas es parte de nuestro crecimiento personal. Tener una herida no nos legitima para ir por ahí con la escopeta cargada. Haber tenido una infancia difícil no es excusa para que vayamos de justicieros por la vida. Autoresponsabilizarnos de lo vivido e intentar buscar soluciones es parte del deber que tenemos con nosotros mismos. Cuidarnos, amarnos, entendernos y retirarnos si no podemos gestionarnos es un primer paso. El segundo es observarnos desde fuera y ver el impacto que tiene en los demás. Aceptar que la herida posiblemente viaje con nosotros de por vida y aprender a gestionarla puede ser parte de la solución. Admitir que somos humanos implica que somos falibles, que fallamos a los demás y que ellos también han podido equivocarse con nosotros. Vivir aceptando esto es dar un paso adelante para llegar ser más libres.