Entregarse a la vida es algo que podemos hacer inconscientemente, como por ejemplo, cuando tenemos un@ hij@ o cuando nos enamoramos, pero si lo hacemos conscientemente podemos experimentar la vida y conocernos en su totalidad.

La entrega implica riesgo, no saber, saltarse la mente superviviente y funcionar desde algo que nos mueve adentro. En ocasiones es un trasvase de emociones, un sacar de aquí y dar allí. Es una apuesta personal de movilización del espacio y del entorno con lo que es uno. Por esto da tanto miedo, ya que se necesita valentía para mostrarnos con esa desnudez cruda, con esa autenticidad de lo que somos expuesta al juicio o al rechazo.

También implica una renuncia a lo que hemos construido con nuestra personalidad, a nuestras necesidades, deseos, expectativas. La entrega nos permite quitar capas de ego, disminuir la importancia que nos concedemos y damos a nuestro modo de ver el mundo y moverse de una manera flexible con lo que hay, con lo que se da… Éste es un aprendizaje muy evidente cuando tenemos hij@s. Realmente lo que lo que crea es un movimiento, una corriente hacia afuera de lo que somos que permite que entren también elementos del exterior.

Es el baile de la simbiosis de la vida, en el que el entorno, los otros y nosotros somos uno, donde reside el poder creador de realidades cuando mantenemos el equilibrio de voluntades y actuamos desde el corazón, desde una autenticidad real, delicada, poderosa y fuerte.