Yo paré ya hace unos meses. En diciembre mi cuerpo me pidió parar y me detuve. Lo que encontré fue una vida llena de detalles: descubrí que podía sentir la energía de mi cuerpo con el Reiki al despertar por la mañana; también que podía limpiar las emociones de los sueños con la meditación y prepararme para pasar el día. Me fijé de nuevo en la luz del día, en cómo tocaba tímidamente las calles a primera hora y cómo iba oblicua desapareciendo por la tarde.
Me di cuenta, desde entonces, que cuando camino ya no estoy tanto en mi cabeza, sino que puedo percibir más lo que me rodea: escuchar a los periquitos que anidaban en las palmeras de mi calle, ver al viejo sentado en el banco, descubrir que el olor de la colonia de la señora que pasa por mi lado me recuerda a mi abuela… También puedo volver a percibir la intensidad del olor de las verduras y frutas cuando cocino. Les doy gracias porque me alimentan, a mí y a mi familia.
Al parar también puedo estar en mi casa con mi marido y mis hijas. Conversar, preguntarles cómo están, cómo les va y charlar de la vida, y no estar con ellos físicamente, pero en realidad estar metida en el ordenador o perdida en el móvil.
Desde que he parado he vuelto a conectar con lo que me gusta y disfruto: leer, cantar, escuchar música, pasear por el campo, escribir, bailar, hacer deporte… todo eso que me hace sentir viva. Me hace reflexionar sobre lo realmente importante de la vida, lo que me llevaré cuando ya no esté aquí y ahora puedo disfrutar. Me sienta bien parar, y ¡qué bien que también se pare el mundo! ¡Ahora podemos tener juntos todo esto y mucho más!