Imagina que iniciamos una discusión. Supón que me vences y que yo no puedo vencerte. ¿Quiere eso decir que tú estés en lo cierto y yo no?
Imagina que ahora te venzo y que no puedes vencerme. ¿Significa eso que esté yo en lo cierto y tú no? ¿Acaso, cuando yo estoy en lo cierto, tú no lo estás y, cuando tú estás en lo cierto, yo no lo estoy? ¿No será que ambos estamos en lo cierto o que ninguno de los dos está? No somos quiénes para decidirlo, pero los demás se hallan en la misma oscuridad. ¿A quién pediríamos una opinión imparcial? Imagina que la pedimos a alguien que esté de acuerdo contigo. ¿Cómo va ese hombre a emitir un juicio justo, sabiendo desde el principio que comparte tu misma opinión? Imagina ahora que la pedimos a alguien que esté de acuerdo conmigo. ¿Cómo va este a emitir un juicio justo, sabiendo desde el principio que comparte mi misma opinión?
¿Y si la pedimos a alguien que discrepe de ambos? Estando desde el principio en desacuerdo con los dos, ¿cómo va ese hombre a emitir un juicio justo?¿Y si la pedimos a alguien que esté de acuerdo con ambos? Si, desde el principio, comparte la opinión de cada uno de nosotros, ¿cómo va ese hombre a emitir un juicio justo?
De todo ello se desprende que ni tú, ni yo, ni una tercera persona puede saber [cuál es la verdad]. ¿Cabe esperar que aparezca una cuarta persona?
Zhuangzi en Sufismo y Taoísmo de Toshihiko Izutsu.
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