La culpabilidad es un sentimiento que solo produce malestar y machaca nuestra autoestima. La cultura judeocristiana nos ha enseñado a sentirnos culpables y también a esperar el castigo, cuando realmente lo sano sería que descubriéramos la responsabilidad que existe detrás de una actuación o unas palabras y sus consecuencias, sin la carga negativa que implica la culpa.

Estamos destinados a evolucionar y a aprender constantemente, esto implica ir cometiendo errores, es decir, que nuestras actuaciones acaben creando unos efectos secundarios que no nos interesan para nuestro camino personal. Cualquier equivocación simplemente es una calle sin salida y nos indica un nuevo itinerario, una diferente manera de actuar que nos aportará mayores éxitos personales.

Mientras que la culpa nos hace sentir insuficientes e inadecuados, la responsabilidad nos recuerda que somos adultos, nos empodera, nos da herramientas para actuar y para comprender desde la calma. Al asumir las consecuencias adquirimos una nueva perspectiva de la realidad y podemos ser consecuentes con la situación que tenemos delante para compensar o disculparnos, pero desde la asertividad y la autocomprensión, no desde el autocastigo.

Cuando cometamos errores querámonos un poco más, acordémonos que estamos intentándolo una y otra vez, aligeremos peso y simplemente veamos las equivocaciones como señales que nos indican el camino hacia una nueva forma de actuar para la siguiente ocasión.