Dentro de las posibles emociones que podemos llegar a experimentar el miedo, la rabia y el asco no tienen buena prensa. Son consideradas negativas y cuando las sentimos solemos rechazarlas o apartarlas. Sin embargo, todos sentimos miedo en muchas ocasiones a lo largo de nuestra vida y no solemos decirlo para no preocupar a otros, para no mostrarnos débiles o porque preferimos ignorarlo ya que somos incapaces de hacerle frente en ese preciso momento.
El miedo es una emoción como la alegría o la tristeza, pero la no solemos expresar porque no queremos mostrarnos vulnerables. El problema es que si no lo sacamos, ya sea explicando lo que nos pasa o reelaborándolo mentalmente para darle su justo espacio, el miedo se puede quedar dentro de nosotros, dando vueltas y sobredimensionándose. En ocasiones este miedo se puede hacer tan grande que podemos sentir ataques de pánico y no sabemos el porqué y es que el miedo ha llegado a perder su forma e invade todo nuestro sentir.
Y todo se produce porque cuando sentimos, sentimos simplemente, no nos detenemos a saber si esa emoción tiene límites o tiene un contenido concreto. Es decir, cuando no sabemos exactamente a qué tenemos miedo, si a una persona y a lo que nos puede hacer, a que se produzca una situación catastrófica o lo que podríamos perder si tomamos una decisión, el miedo se convierte en una sensación que viaja con nosotros y no nos deja percibir con claridad.
El miedo es como un gran tejido que nos cubre. Por tanto, si podemos ir tirando del hilo, poco a poco matizando ese terror, dándole una dimensión correcta, entendiendo cómo hemos llegado hasta él descubriremos que a través de una idea, una sensación o un recuerdo se puede formar una gran tela, una gran estructura mental y emocional y ésta nos puede atrapar. Con paciencia, y yendo paso a paso trabajando este origen es cuando podemos llegar a desmontar estructuras, entramados y miedos que no nos dejan avanzar.