Cuidemos cómo nos hablamos a nosotr@s mism@s, qué cosas nos decimos, cómo nos calificamos… Necesitamos un poco más de amor y todo empieza por nosotros mismos. Observémonos con paciencia, cariño y benevolencia. Aceptémonos humanos, falibles e imperfectos y amémonos por serlo.

Si nos tachamos de idiotas, torpes o de inútiles… estamos tirando piedras sobre nuestra autoconfianza, sobre nuestra capacidad de caernos y levantarnos, algo que es parte del fluir de la vida. Cuando nos insultamos porque nos equivocamos somos intransigentes con la realidad de nuestro devenir. Esta manera de pensar es no entender realmente lo que somos y lo que hemos venido a hacer en esta vida, a aprender constantemente. Y no se conseguir si no nos equivocamos, una y otra vez. Con los errores entendemos aprendemos que necesitamos otro camino, que queremos relacionarnos de otro modo, nos permite tomar perspectiva.

Cuando nos equivoquemos, tomémoslo con humor. Reconozcamos esa parte que vuelve a fallar en los mismos lugares y situaciones, y démosle la bienvenida. Riámonos de estar otra vez haciendo lo que no queríamos, posiblemente porque un modo de pensar nos lleva a ese sitio o porque una emoción quedó atrapada y repetimos actuaciones. Observémoslas con calma y filosofía, sabiendo que allí estamos de nuevo y con tranquilidad vayamos haciendo cambios, sin prisa, a nuestro ritmo, con serenidad y afecto, porque realmente cambiar patrones es algo que cuesta mucho y necesitamos todo el autoapoyo que podamos conseguir.