En ocasiones queremos cambiar el mundo, queremos salvar a nuestras parejas, a los hijos, queremos sacar del pozo a amigos, familia, a desconocidos, queremos que las personas de nuestro entorno estén bien, felices. No hay nada de malo en tener un buen corazón. No hay nada de malo en querer ayudar pero cuando nos consideramos unos salvadores y creemos que podemos con todo es importante que tengamos algunos aspectos en cuenta.

Lo primero que podemos hacer es preguntarnos porqué quiero ayudar. ¿Obedece a una petición concreta o a una necesidad mía?

Si damos sin que nos pidan, el impulso viene de mí, de mi interior y puede que esté intentando compensar algo. Es posible que esa compensación esté relacionada con mi historia personal, a lo mejor no tiene nada que ver con el otro. Es decir, puede ser que cuando observo o escucho a una persona con sus problemas me proyecto en una situación que viví del pasado en la que sufrí o experimenté mucha angustia y quiero ahorrársela ofreciendo mi ayuda. Nos implicamos cuando quizás no es eso lo que necesita realmente.

Cuando a veces ayudamos o damos sin que nos lo pidan podemos encontrarnos con que podemos humillar sin querer. Al prestarnos, al ofrecer lo que sí tenemos y podemos compartir hacemos evidente una carencia o una incapacidad del otro, y en muchas ocasiones es posible que no la quiera revelar, posiblemente por vergüenza, por orgullo, o porque simplemente esté  buscando la manera de solucionarlo. Sin darnos cuenta nos ponemos por encima diciendo implícitamente yo puedo y te lo doy porque tú ahora no puedes.

Pregúntate cuando te ofreces y ayudas demasiado si realmente la necesidad es tuya. Si puede ser un poco porque necesitas sentirte aceptado, por sentirte útil o valios@. Si dando y ofreciéndote es el modo en que sabes que el otro y la sociedad te validará, si es la única manera que sabes relacionarte, ofreciéndote y dando porque así es como has aprendido, porque así es como los demás te aceptan.

En muchas situaciones lo que necesita la persona que nos está contando sus problemas realmente es alguien que le escuche, alguien que lo acompañe. A lo mejor no necesita nada material, ni ninguna ayuda concreta de nuestra parte, ni que nosotros pasemos su dolor por él, sino simplemente presencia, saber que está ahí. ¿Sabremos contenernos y no dejar que nuestras proyecciones, necesidad de aceptación y nuestro sentido de omnipotencia nos arrastre?

Quizás así podremos realmente escuchar qué es lo que necesita el otro y dar en su justa medida, ayudándole realmente.