Hay momentos en los que hay que cerrar puertas y otros en que los que estar abiertos.

Hay situaciones en las que es necesario estar de retirada y quedarnos solos para aprender a conocernos: entender cómo funciona nuestra mente, saber con qué emociones nos alimentamos, qué recuerdos escogemos revivir, ver nuestra sombra y salir vivo de nuestra locura.

Hay otras para estar en contacto con los demás: compartir con compañeros, amigos y familia descubrimientos, penas, alegrías o simplemente el hecho de estar vivo. Es en estos momentos cuando descubrirnos con aquello que intuimos, ponemos a prueba las definiciones creadas por nosotros y por los demás y comprobamos nuestros límites.

Cuando se tiene soledad sin querer o compañía involuntaria es cuando se producen y se ahondan las heridas. A veces simplemente es cuestión de perspectiva, de apreciar lo que tenemos, otras la falta es escuchar lo que realmente necesitamos y tener la valentía para tomar decisiones.

Es en este fluir, contacto y retirada, donde se encuentra la vida. Encontrar nuestro ritmo y nuestra cadencia es una tarea propia donde aprender a ser sinceros con lo que necesitamos, aprender a decir sí y no, asumir consecuencias y a vivir con más paz con nosotros mismos.