Vivimos dominados por lo que pensamos, por el juicio que realizamos sobre cómo son las cosas. Desde nuestra cabeza, la atalaya de nuestro cuerpo, es donde la mente determina y da forma a las diversas emociones y sensaciones que tenemos. Es aquí, en este centro de control, donde se gestiona, organiza y da sentido a todo lo que sentimos. Cuando tenemos una corazonada o intuición, la echamos a un lado y la descartamos por ilógica. Y es que solemos dar más relevancia a lo pensamos que a lo que sentimos.

Actuando así continuamos funcionando con el mismo sistema jerárquico con el que funciona el mundo. Una mente situada en la cumbre de la figura humana sigue mirando con desdén a otros sentidos que van enviando información, a otros órganos que también van percibiendo otra realidad. Las órdenes, el juicio, las valoraciones de cómo es el mundo se siguen haciendo de arriba abajo. Donde arriba es el poder y lo de abajo…. engaño y superchería.

Es curioso, porque estando en silencio, podemos escuchar el cuerpo. Y cuando llegamos a un profundo nivel de escucha es cuando se puede aprender de sus tensiones y de sus reacciones. ¿Qué me altera tanto cuando estoy en aquel grupo? ¿Qué me está diciendo mi espalda encorvada? ¿Qué siento cuando me paro y puedo estar conmigo misma?

El corazón y los diferentes órganos y sentidos aportan una formación valiosísima, ya que nos dan información de todo lo que nos afecta, nos conmueve y nos transforma. Una comunicación esencial para poder estar en coherencia con nosotros mismos, con lo que queremos y lo que nos sienta bien. Si seguimos sin tenerlos en cuenta nuestro camino continuará siendo farragoso y poco claro. Tenemos las herramientas para dar más luz y entender un poco más la vida. Solamente hay que estar atento, sentir y prestar atención.