Ahora, con la nueva normalidad después del confinamiento es el momento de plantear definiciones nuevas para la realidad que tenemos delante. Ya lo dijo en su momento Wittgenstein, que nuestro mundo lo definen nuestras palabras. Así que ahora es el momento perfecto para redefinir un nuevo concepto de prosperidad.
Siempre hemos creído que la prosperidad implicaba una generación constante de recursos en el que nuestro entorno se implicaba y que provocaba una rueda de crecimiento progresiva y acumulación imparable. Este concepto de prosperidad está basado en la abundancia en que hemos vivido hasta ahora. ¿Quién no abre su nevera y observa la variedad de productos disponibles?, podemos adquirir productos diferentes, escoger sinfín de actividades para nuestro tiempo de ocio, formaciones varias etc…
Dentro de las posibilidades a las que nos enfrentamos con este ajuste social y económico que ha implicado la pandemia del COVID-19 también está la de entender que la prosperidad tal como la entendíamos ya no tiene sentido para nuestro presente. Y que prosperidad simplemente puede ser tener aquello que necesitamos en este momento, sin más.
Si apostamos por una prosperidad tranquila, sosegada y justa para nuestro momento vital tenemos una oportunidad de hacerla posible, de hacerla real. Vivir dentro de este marco nuevo nos posibilita también la felicidad porque querer que nuestro estilo de vida encaje en parámetros antiguos es experimentar constantemente la pérdida y la añoranza.
Aceptar y poner límites a nuestro miedo de quedarnos sin recursos y a nuestra ambición por ir más allá y acumular más es un trabajo personal que implica vivir con una mayor sostenibilidad, no solo para nuestro entorno, sino principalmente para nosotros. Prosperidad es también recuperar lo que existe, lo que hay disponible ahora para nosotros, lo que nos traen los tiempos nuevos y sacar lo mejor de él.