En algunas ocasiones compartimos la vida con personas que habitan con nosotros en la misma casa, la misma ciudad y que además frecuentan los mismos lugares y personas. Curiosamente, a pesar de transitar los mismos lugares físicos, podemos no compartir los mismos espacios psicológicos. Por espacio psicológico me refiero al paisaje emocional y mental que hace que un mismo lugar o persona pueda experimentarse desde diferentes puntos de vista. Por ejemplo, yo puedo considerar el barrio que vivo como un lugar maravilloso, lleno de parques y de gente amable y, en cambio, mi pareja, puede considerarlo sucio y con gente peligrosa por todos lados.

Los espacios psicológicos es el modo en el que vivimos una realidad compartida. Algunos de nosotros podemos meternos constantemente en callejones oscuros y sombríos, llenos de personas peligrosas, y otros estar constantemente en espacios divertidos, llenos de luz y oportunidades. También las personas pueden vivirse desde perspectivas distintas. Para algunos de nosotros existen personas que se pueden experimentar como divertidas, activas y dinámicas, mientras que otros las viven como invasivas, egocéntricas y agotadoras. No todos los espacios y personas son para todos. Ni para este momento preciso en que no encontramos.

Saber meternos en los espacios que necesitamos y que nos sientan bien es una habilidad que se va aprendiendo a lo largo del tiempo. Decidir con qué personas nos va bien estar también es un aprendizaje que se produce como casi todo en la vida, escuchándonos realmente, observando cómo nos sientan en el cuerpo. La clave estar en dejar de hacer “lo que debemos hacer”, “donde se supone que debemos estar” e ir entendiendo lo que necesitamos realmente, lo que nos sienta bien con diversas experiencias, con el ensayo-error que es lo que implica vivir.