Todos estamos tentados a sentir que tenemos que cumplir una misión en esta vida. Un fin más alto y profundo que simplemente sobrevivir en este mundo e intentar que nuestros hijos progresen. Pero esto no es más que otra trampa del ego humano: tener un propósito es creer que somos esenciales para que el planeta funcione. Y realmente no es necesario.
La Tierra ha sobrevivido y evolucionado eras enteras sin que nosotros hayamos hecho absolutamente nada. De hecho, es mejor que no hagamos nada. Sólo hay que ver las consecuencias de nuestro paso por aquí: incendios, deforestación, animales en extinción, cambio climático…
No hace falta dejar ninguna huella. Ningún monumento para la posteridad. Ningún altar de lo que somos. No hace falta dejar ninguna herida más en la Tierra. Sólo un caminar suave y discreto, casi sin hacer ruido, ir ligero sintiendo cómo nuestro corazón late al unísono con los otros, callar y observar cómo palpita la energía sutil de nuestro entorno. Como nuestro alrededor ya está vivo sin tener que hacer nosotros nada. Sentirnos vivos y felices sólo por pertenecer, por estar, por formar parte de este planeta. Querer solo ser y que esto sea suficiente.