Nuestra necesidad de dejar huella en el mundo es la que nos impide escucharlo. Qué poco tiempo pasamos delante de alguien simplemente escuchando, dejando que sus palabras resuenen y se expandan y vayan creando ese universo que está creando con la narración. Que poco tiempo pasamos observando y escuchando a otros, con ese ritmo lento y pausado del devenir de la vida, con ese mirar al infinito que nuestra cultura cultivó en el pasado con tanto esmero.

Ahora necesitamos aportar, decir, aconsejar, opinar y juzgar pensando que es importante. Sin percibir que las personas a veces sólo necesitan nuestra presencia y que funcionemos como una caja de resonancia, como un eco donde sus palabras puedan volver ampliadas, con toda su carga emocional y su significado. Sólo hay que permanecer en silencio, callar en ese espacio sagrado que se crea cuando alguien te confía sus secretos. Y estar presente, estar compartiendo ese espacio y tiempo con ella. Y es difícil no decir, no aconsejar, cuando queremos aportar tanto. Aun así, a veces, la mejor compañía y la mejor ayuda, es simplemente el silencio.