Necesitamos caminar en esta vida con los pies bien puestos en la tierra, es decir, saber realmente cual es el suelo que pisamos. Esta sensación de pisar tierra firme nos ayuda a descansar y también a coger impulso cuando lo necesitemos.

Saber qué suelo pisamos es entender cuál es, de verdad, nuestra realidad. Muchas veces nos hacemos una idea falsa de las situaciones que vivimos. Por ejemplo, podemos creer que somos los buenos en una relación, cuando posiblemente no haya ni buenos ni malos, sino que simplemente haya dos personas que sufren un desencuentro. Podemos creer que no obtenemos la compensación necesaria por todo lo que damos y posiblemente ésta se esté dando en una forma diferente o se dé más adelante en otro momento. Otras veces creemos que los demás están mejor que nosotros y les pedimos cuentas, cuando la cuestión es que cada uno tiene sus retos y sus obstáculos para superar en esta vida.

Todas estas ideas falsas con las que construimos y relatamos nuestra realidad evitan que podamos andar y pisar sobre seguro, nos desequilibran, solo nos dejan mirar una parte de lo que está pasando verdaderamente, crean una visión sesgada en la que solemos ser las víctimas de las situaciones o vamos con la percepción de que lo que ocurre nunca es suficiente para lo que de verdad debería ser. Solemos ir así cojos, torcidos, trastabillando, tropezando continuamente con nuestra idea de lo que somos y lo que son los demás.

Poner bien los pies en tierra es mirar cara a cara a eso que hacemos, pensamos o creemos que está creando esa situación que no nos gusta. Es poder dar la vuelta a nuestro modo de ver las cosas para tener otra perspectiva, otra compresión de por qué los demás hacen lo que hacen. Es encontrar un lugar que está lejos de la culpabilidad y cerca de la comprensión de porqué actuamos como lo hacemos. Poner los pies bien puestos en la tierra es ir tranquilos, saber que no hay víctimas ni perpetradores, sino acciones más conscientes e inconscientes e ir dando pequeños pasos hacia donde queremos ir.